El mundo podía estarse derrumbando mas
nada de lo que ocurriese fuera de esas cuatro paredes bañadas por las luces
rojas parecía importarle, vestida con un holgado y diminuto vestido blanco que
apenas si cubría poco más abajo de sus pálidos muslos esperaba impaciente el
golpe del flash sobre su rostro.
Sus pies descalzos deambularon por el
suelo mientras sus hábiles manos revelaban de a poco el resultado, la
fotografía pronto cubrió la pared junto a las demás.
Mil noventa y cinco parecía ser solo una
cifra pequeña sin embargo para ella era
un día más que lograba mantenerse viva.
Su partida le había dado el valor necesario para enfrentarlo y sin el
sus energías se centraba exclusivamente en ello.
Días buenos días malos, días en los que
perdía contacto con la realidad, días. Los últimos tres años su vida se había
reducido a eso días; no había mañana, no había futuro, solo aquellas
veinticuatro horas en las que se enfrascaba en una batalla de la cual no alentaba
esperanzas de ganar.
El enorme collage con sus fotografías
era quizás lo único que podía celebrar, aquel pequeño instante de victoria que
se desvanecía cuando sus demonios volvían a atacar.
Los golpes leves en la puerta no
hicieron más que enfurecerla, desvariada e irritada se abalanzo hasta la
puerta.
–¡Dije que nadie¡
–Niña usted
–¡Nadie¡ –Recalco–molesta.
–La cita es en un par de horas, usted
misma me pidió que– soltó la mujer al ver cerrarse la puerta en sus narices.
Esta de nuevo se abrió mientras su mirada
gris y aturdida se clavaba sobre ella, una Helena irreconocible al menos para
sus ojos la recibió.
–¿Cuanto tiempo llevo aquí?–Preguntó– en
un tono relativamente tranquilo
–Dos días
–Quiero darme un baño
–Bien, pero tiene que comer algo
La escucho mascullar alguna que otra
palabra mientras su figura desgarbada y extremadamente delgada deambulaba sin
sentido por la habitación.
Ella ya no era la Helena que alguna vez conoció, aquella niña
extraña a la que tanto adoraba se la había carcomido el tiempo, dejando en su
lugar aquel pálido y desequilibrado saco de huesos.
El salón abarrotado de niños con su
misma condición le traía recuerdos de su infancia, Helena sonrió levemente a la
regordeta mujer que se encontraba a cargo de la recepción para luego tomar
asiento en uno de los espacios vacíos que aun quedaba.
Al menos estos eran suyos y le
resultaban agradables, quizás todo lo
que le recordara a su madre y sus buenos tiempos de cordura era lo que necesitaba
en aquel momento.
–Señorita Bellamy, por aquí por favor– Señalo la mujer amablemente.
Helena la observo de cierto modo
aliviada y se dispuso a seguirla por el estrecho pasillo pintado de blanco que
la conducía por enésima vez a un viaje
sin retorno.
–¿Mal día? – Preguntó ella, al observándola por encima de sus lentes entrar a
su consultorio.
Un leve gesto le dejo saber que así era
mientras tomaba asiento en uno de los sofás de cuero que había frente a ella.
–¿Recuerdos? –Murmuro al verla observar
los juguetes que habían en la habitación.
–Muchos.
–¿Cuantos días lleva sin el medicamento?
–Un par.
–¿Y?
–Sigue gritándome, pero al menos pude
trabajar un poco.
–Bien, creo que por aquí debo tener algo
para usted.
–¿Es necesario? –Cuestiono al entregarle
la dosis.
–Puede ser la diferencia entre
sobrevivir o sucumbir.
Helena asintió ligeramente y sin oponer
más resistencia las bebió, medito por un momento sus palabras para luego
enfrascarse en una larga y profunda conversación.
La mujer de cabellera gris y lentes estrafalarios
la escuchaba atentamente anotaba alguna que otra cosa en su bitácora de casos para luego responder abiertamente las de
preguntas formuladas por Helena.
De su larga trayectoria sin duda alguna ella
había sido la que mas retos le había traído quizás por esa misma razón había
hecho una excepción, su caso le resultaba particularmente extraordinario.
–Quiero volver a intentarlo.
–Bien, aun hay algo de tiempo.
Tiempo, parecía no ser suficiente cada
vez que se enfrascaba en aquella habitación, dispuesta a no perderlo de
inmediato se dejo caer sobre el cómodo diván blanco, Helena cerro sus ojos dejándose
trasportar por la voz rasposa de la mujer.
El pasado, su pasado parecía ser el
lugar donde realmente pertenecía, aquel anhelante deseo dentro de su pecho se
lo confirmaba cada vez que estaba allí.
La habitación empapelada de un rosa pálido
se encontraba en calma, iluminada de par en par por la luz que se colaba atreves
de las ventanas, sus dedos largos y curiosos se pasearon por los miles de
objetos de abarrotaban el lugar. Deteniéndose minutos después es su rostro, el
reflejo, su reflejo no podía ser más que peculiar.
Los dedos estilizados de Helena
recorrieron delicadamente cada centímetro de su rostro, deteniéndose por instantes
entre su pequeña nariz y sus labios bañados de un rosa cálido, era tan diferente a ella, tan
llena de vida y quizás lo único que compartían era la piel pálida. Ni siquiera
su mirada era la misma, sus ojos castaños dulces y cálidos la observaban atreves
del espejo.
–¡Oh demonios sus ojos! –Grito, mientras
saltaba del diván en búsqueda de la salida más cercana.
–Helena, espera, ¡Espera! –Le pidió la mujer al retenerla. –Tranquila todo esta
bien– le dijo mientras la tomaba por sus hombros delicadamente y la hacia tomar
asiento de nuevo. –Déjame traerte un poco de agua–
Sus manos temblorosas apenas si lograron
sostener el vaso de cristal casi un segundo después de habérselo dado lo quito.
–Quieres hablarme de lo que viste.
–¡Sus ojos!
–¿Fue algo que no habías visto antes?
–No, nunca habían…
Balbuceo palabras por unos minutos sin
poder siquiera formar una frase que tuviese sentido, lo único que deseaba era
salir de allí, correr de allí y no tener que hablar sobre ello.
–Helena–Llamo al verla sumergida en sus
pensamientos. –Háblame sobre ello–
–Ya no hay tiempo.
La mujer suspiro audiblemente mientras la observaba de nuevo por encima de
sus lentes, se dirigió hacia su escritorio tomo el teléfono y soluciono el
asunto del tiempo.
–Bien tenemos toda la tarde, tomate tu
tiempo y háblame de ello.
–¿Porqué hace esto?
–Sabe que necesito saberlo, no puede
ayudarle si continua ocultándome detalles.
–No era necesario cancelar sus otras, además
no creo que sea tan relevante lo que vi.
–Si no fuese tan relevante no hubiese
reaccionado así.
–El, sus ojos eran los de el– Soltó
mientras botaba el aire que llevaba comprimido demasiado tiempo dentro de su
pecho.
–¿El?
–Creo que es mejor que tome asiento.
Su mano cálida entre sus dedos largos y fríos
más aquella sensación de que todo, todo estaba malditamente bien fue lo primero
que vino a su cabeza. Tenia la sensación que habían trascurrido mil años, que debía
desempolvar los mil y un recuerdos que había atesorado sin embargo su rostro irónico
y risueño aun estaba allí, tan vivo, tal real, tan el.