jueves, 23 de mayo de 2013

Capitulo 29



El mundo podía estarse derrumbando mas nada de lo que ocurriese fuera de esas cuatro paredes bañadas por las luces rojas parecía importarle, vestida con un holgado y diminuto vestido blanco que apenas si cubría poco más abajo de sus pálidos muslos esperaba impaciente el golpe del flash sobre su rostro.

Sus pies descalzos deambularon por el suelo mientras sus hábiles manos revelaban de a poco el resultado, la fotografía pronto cubrió la pared junto a las demás.  

Mil noventa y cinco parecía ser solo una cifra pequeña sin embargo  para ella era un día más que lograba mantenerse viva.  Su partida le había dado el valor necesario para enfrentarlo y sin el sus energías se centraba exclusivamente en ello.

Días buenos días malos, días en los que perdía contacto con la realidad, días. Los últimos tres años su vida se había reducido a eso días; no había mañana, no había futuro, solo aquellas veinticuatro horas en las que se enfrascaba en una batalla de la cual no alentaba esperanzas de ganar.

El enorme collage con sus fotografías era quizás lo único que podía celebrar, aquel pequeño instante de victoria que se desvanecía cuando sus demonios volvían a atacar.

Los golpes leves en la puerta no hicieron más que enfurecerla, desvariada e irritada se abalanzo hasta la puerta.

–¡Dije que nadie¡

–Niña usted

–¡Nadie¡ –Recalco–molesta.

–La cita es en un par de horas, usted misma me pidió que– soltó la mujer al ver cerrarse la puerta en sus narices.

Esta de nuevo se abrió mientras su mirada gris y aturdida se clavaba sobre ella, una Helena irreconocible al menos para sus ojos la recibió.

–¿Cuanto tiempo llevo aquí?–Preguntó– en un tono relativamente tranquilo

–Dos días

–Quiero darme un baño

–Bien, pero tiene que comer algo

La escucho mascullar alguna que otra palabra mientras su figura desgarbada y extremadamente delgada deambulaba sin sentido por la habitación.

Ella ya no era  la Helena que alguna vez conoció, aquella niña extraña a la que tanto adoraba se la había carcomido el tiempo, dejando en su lugar aquel pálido y desequilibrado saco de huesos.

El salón abarrotado de niños con su misma condición le traía recuerdos de su infancia, Helena sonrió levemente a la regordeta mujer que se encontraba a cargo de la recepción para luego tomar asiento en uno de los espacios vacíos que aun quedaba.

Al menos estos eran suyos y le resultaban agradables, quizás  todo lo que le recordara a su madre y sus buenos tiempos de cordura era lo que necesitaba en aquel momento.

–Señorita Bellamy, por aquí  por favor– Señalo la mujer amablemente.

Helena la observo de cierto modo aliviada y se dispuso a seguirla por el estrecho pasillo pintado de blanco que la conducía por enésima vez  a un viaje sin retorno.

–¿Mal día? – Preguntó ella, al  observándola por encima de sus lentes entrar a su consultorio.

Un leve gesto le dejo saber que así era mientras tomaba asiento en uno de los sofás de cuero que había frente a ella.

–¿Recuerdos? –Murmuro al verla observar los juguetes que habían en la habitación.

–Muchos.

–¿Cuantos días lleva sin el medicamento?

–Un par.

–¿Y?

–Sigue gritándome, pero al menos pude trabajar un poco.

–Bien, creo que por aquí debo tener algo para usted.

–¿Es necesario? –Cuestiono al entregarle la dosis.

–Puede ser la diferencia entre sobrevivir o sucumbir.

Helena asintió ligeramente y sin oponer más resistencia las bebió, medito por un momento sus palabras para luego enfrascarse en una larga y profunda conversación.

La mujer de cabellera gris y lentes estrafalarios la escuchaba atentamente anotaba alguna que otra cosa en su bitácora de casos  para luego responder abiertamente las de preguntas  formuladas por Helena.

De su larga trayectoria sin duda alguna ella había sido la que mas retos le había traído quizás por esa misma razón había hecho una excepción, su caso le resultaba particularmente extraordinario.

–Quiero volver a intentarlo.

–Bien, aun hay algo de tiempo.

Tiempo, parecía no ser suficiente cada vez que se enfrascaba en aquella habitación, dispuesta a no perderlo de inmediato se dejo caer sobre el cómodo diván blanco, Helena cerro sus ojos dejándose trasportar por la voz rasposa de la mujer.

El pasado, su pasado parecía ser el lugar donde realmente pertenecía, aquel anhelante deseo dentro de su pecho se lo confirmaba cada vez que estaba allí.

La habitación empapelada de un rosa pálido se encontraba en calma, iluminada de par en par por la luz que se colaba atreves de las ventanas, sus dedos largos y curiosos se pasearon por los miles de objetos de abarrotaban el lugar. Deteniéndose minutos después es su rostro, el reflejo, su reflejo no podía ser más que peculiar.

Los dedos estilizados de Helena recorrieron delicadamente cada centímetro de su rostro, deteniéndose por instantes entre su pequeña nariz y sus labios bañados de  un rosa cálido, era tan diferente a ella, tan llena de vida y quizás lo único que compartían era la piel pálida. Ni siquiera su mirada era la misma, sus ojos castaños dulces y cálidos la observaban atreves del espejo.

–¡Oh demonios sus ojos! –Grito, mientras saltaba del diván en búsqueda de la salida más cercana.
  
–Helena, espera, ¡Espera! –Le pidió  la mujer al retenerla. –Tranquila todo esta bien– le dijo mientras la tomaba por sus hombros delicadamente y la hacia tomar asiento de nuevo. –Déjame traerte un poco de agua–
Sus manos temblorosas apenas si lograron sostener el vaso de cristal casi un segundo después de habérselo dado lo quito.

–Quieres hablarme de lo que viste.

–¡Sus ojos!

–¿Fue algo que no habías visto antes?

–No, nunca habían…

Balbuceo palabras por unos minutos sin poder siquiera formar una frase que tuviese sentido, lo único que deseaba era salir de allí, correr de allí y no tener que hablar sobre ello.

–Helena–Llamo al verla sumergida en sus pensamientos. –Háblame sobre ello–

–Ya no hay tiempo.

La mujer suspiro audiblemente  mientras la observaba de nuevo por encima de sus lentes, se dirigió hacia su escritorio tomo el teléfono y soluciono el asunto del tiempo.

–Bien tenemos toda la tarde, tomate tu tiempo y háblame de ello.

–¿Porqué hace esto?

–Sabe que necesito saberlo, no puede ayudarle si continua ocultándome detalles.

–No era necesario cancelar sus otras, además no creo que sea tan relevante lo que vi.

–Si no fuese tan relevante no hubiese reaccionado así.

–El, sus ojos eran los de el– Soltó mientras botaba el aire que llevaba comprimido demasiado tiempo dentro de su pecho.

–¿El?

–Creo que es mejor que tome asiento.

Su mano cálida entre sus dedos largos y fríos más aquella sensación de que todo, todo estaba malditamente bien fue lo primero que vino a su cabeza. Tenia la sensación que habían trascurrido mil años, que debía desempolvar los mil y un recuerdos que había atesorado sin embargo su rostro irónico y risueño aun estaba allí, tan vivo, tal real, tan el.