El
silencio de la sala de espera era abrumador, al igual que las personas que se
encontraban allí esperaba noticias, algunas buenas, otras malas o como su caso
nada.
Las
semanas habían transcurrido y su diagnóstico continuaba incierto. Se conformaba
con aquella frase que B-B, Edward inclusive el padre de Helena le habían dicho.
"Es
como si sólo estuviese dormida"
Luego
se dejaban caer sobre el sofá frente suyo con el rostro y el alma sumidos en la
desesperación.
Él
ni siquiera se había atrevido a verla; su valor y su trasero continuaban
atascados en aquella tortuosa sala de espera.
—Necesitas
dormir—Le escuchó decir mientras su mano tomaba la suya en un intento de darle
aliento.
Tom
se removió en la silla abriendo sus ojos, dejando escapar aquella imagen que lo
perseguía desde lo ocurrido.
—¿Cómo
te sientes?
Observo
a B-B encogerse de hombros mientras llevaba su mano a su vientre. —Solo quiero
irme de aquí—
Esas
semanas su vida se había reducido a dormir muy poco, trabajar algo, esperar en
aquella maldita sala y manejar.
Estaba
claro que la última era de sus preferidas. Enfrascarse en la intimidad de sus
pensamientos mientras la conducía a la casa de la abuela era quizás lo menos
desgastaste que podía hacer durante el día.
El
golpe del cristal lo saco de sus pensamientos.
—Cinco
minutos—Le ordeno en silencio. Mostrando su palma extendida.
Tom
tomo una bocanada de aire al salir de auto, deseoso de llenar sus pulmones de
tabaco.
Recordó
lo último que le dijo al encender su cigarrillo y sonrió.
—Y
yo odio que no estés aquí—Dijo lanzando las palabras al viento, antes de
apagarlo en la nieve.
++++
Helena
se adentró en aquel enorme y sombrío recibidor. El piso de mármol bajo sus pies
estaba cálido.
Las
paredes empapeladas de rosa pálido la embargaron de recuerdos al llegar.
Todo
estaba igual tal y como lo recordaba pero a la misma vez había algo diferente.
Quizás
sólo era ella, algo dentro de suyo había cambiado, la venda que le impedía ver,
inclusive sentir más allá de lo obvio había desaparecido.
El
sitio al que por mucho tiempo considero su casa, el único lugar donde sentía
que pertenecía no era más que una ilusión barata, una casa vacía, sin vida.
El
infierno que contenía sus peores temores su propio demonio.
Eleonor
la observaba en silencio con sus ojos verdes puestos en ella como si fuese una
presa.
Encumbrada
en lo alto de la pared sobre la chimenea el retrato de la chica le crispó la
piel.
—Gracias
por encontrarla—Mencionó la voz tras ella.
Helena
se giró sobre sus pies descalzos sólo para encontrarla hilando su próximo
movimiento; porque eso era ella, eso era Helena su marioneta.
Todos
los objetos que había coleccionado durante años estaba allí, esparcidos por la
estancia.
El
camafeo con las fotografías—¿Tu padre?—Preguntó en un susurro.
—Y
mi hermano—Respondió Eleonor con un destello extraño en su mirada.
El
pequeño bolso que le había dado B-B, el abre cartas inclusive. El abre cartas
con la que su madre había intentado asesinarla.
La
mirada plata de Helena se adentró en Eleonor deseosa, exigente de saber todas
aquellas verdades que se le empezaban a revelar.
Los
recuerdos que arrebato a Eleonor sobre su madre no eran gratos.
—Estaba
enferma...
—Enferma?—Cuestiono
iracunda—Enveneno a mi pequeño hermano hasta su muerte y me entrego a ese
bastardo como si fuese un perro!—Grito llenando con su voz cada pequeño rincón—
—Lo
siento.
—¡Suficiente!—Ordeno
altiva—Llévala a la cama—Le pidió con una sonrisa al mirar tras su larga falda.
Unas
pequeñas manitas se sujetaron de la tela dejando ver el rostro del pequeño niño
del camafeo; no podía tener más de cinco años.
Se
acercó hasta Helena tímido para luego tomarla de su mano y conducirla hasta la
que sería su habitación.
Helena
le sonrió conmovida mientras llevaba sus manos a su pequeño y cálido rostro.
—Lo
siento—Susurro—Siento tanto todo lo que sucedió.
++++
Se
sentía extraño entrar en su habitación y no encontrarla, se sentía extraño ver
como todas sus pertenencias yacían allí a la espera de que ella regresará.
Había
visto a su abuela preparar la habitación como creía que lo hacía cada vez que
Helena estaba allí.
Flores
nuevas, agua fresca, dulces y algunos libros viejos.
Tom
entro en su habitación en busca de algo que calmara su dolor de cabeza, que
calmará eso y algo más.
Se
detuvo a observar mientras se daba la libertad de dejar salir todo.
Se
había mantenido sereno fuerte inclusive más eso no lo libraba de sentirse
angustiado al igual que los demás.
¿Y
si nunca despertada? ¿Y si la perdía?
A
medidas de que pasaban los días aquella posibilidad se acrecentaba.
Nunca
le había pertenecido realmente ni al él ni a nadie más que no fuese su madre.
Esos
días se había dado cuenta de ello, el temor que los carcomía y el que quizás
más les dolía era la posibilidad de que Helena simplemente no quería regresar.
Ya
no había nada para ella allí, no había nada que la atara a un mundo que no la
comprendía.
Ninguno
de ellos había sido capaz de entenderla, de comprenderla, de aceptarla.
Excepto
él, Tom parecía ser el único que le importaba poco lo dañada que pudiese estar,
así la había conocido y así la había aceptado.
Dolor,
sueño y nada. Al mirar el dorso del frasco de sus pastillas y el pequeño dibujo
que lo representaba; tuvo el impulso de llevarlas a su sistema y experimentar
por el mismo aquello que Helena tanto anhelaba.
—Lo
encontraste—Preguntó B-B recargada en el marco de la puerta. El chico asintió
sin dejar de observarlos
—Puedes...
¿Puedes leerle algo por mí?—Le pidió, al fijar sus ojos castaños sobre ella.
—Lo
que quieras.
—Bien,
voy por él.
La
mujer ojeo las primeras páginas sin profundizar muy bien en ello, observo el
libre grueso y amarillento bajo la mirada penetrante del chico.
—Está
en alemán ¿Que es?
—Ella
me lo dio—Respondió restando le importancia con un gesto—Solo léelo—Le pidió de
nuevo. Con una mirada que implicaba algo más.