lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 42

                               

—Ely ella es Helena—menciono el chico al ver a su hermana ingresar en la habitación.—Elizabeth mi hermana—agrego después.

La chica extendió su mano derecha hacia Helena mientras que con la otra sostenía una copa de vino. Le dio un vistazo largo y curioso antes de sonreírle, su mirada imprudente pronto la abandono al notar la presencia del chico en la habitación.

—¿Tom?—Corroboro el.

Este solo asintió mientras se mordía los labios en un intento de disimular una enorme sonrisa. La mirada fría de Helena se giro hacia el, dejando ver su rostro pálido... Pálido y sereno.

—Ella es Helena—

—Un placer... Helena—

Casi pudo sentir como su sarcasmo le salpicaba una de sus mejillas, al extender una de sus manos hacia ella. Le tomo poco menos de un minuto reponerse a su presencia, para luego seguirle el juego como si se tratasen de dos completos desconocidos.

El peso ligero de su mano se posó sobre la suya, mientras su mirada gris jugaba a no revelar nada. La retuvo por un momento con total naturalidad mientras la atención de los demás se centraba en las paredes de la habitación.

La ligera capa de cuero de su guante sería suficiente para mantenerla segura y para mantenerlo alejado de los arrebatos que pudiese provocar a Eleonor.

La sensación de sentirlo tan cerca era realmente perturbadora agradeció en su interior, que Bill interrumpiera con una enorme sonrisa al verla. Su abrazo cálido y perfumado a el la tranquilizo menos de lo que hubiese deseado.

Ser el centro de atención parecía ser lo suyo Helena no dudo ni un momento en aislarse de la conversación banal en la que se había enfrascado la chica.

Término con su cena más por educación que por hambre. El vértigo que se había apoderado de su estómago apenas si la deja respirar.

—¿Puedo mostrarte algo?— Le escucho pedir el chico de cabello largo.

Tan pronto pudo levantarse de la mesa lo siguió. Pudo sentir su mirada castaña clavándoselo en su espalda, mientras desaparecía por el pasillo hacia la otra habitación.

—Ha estado en la familia desde hace mucho tiempo.

—Es hermosa—

—Lo se—

—¿Puedo?

—Adelante—

Su mano desnuda recorrió el recuadro, mientras las imágenes la golpeaban de a poco. Recuerdos que ahora parecían tener mucho más sentido, sensaciones entrecortadas que le se aprisionaban el corazón.
Una Eleonor a pocos meses de su muerte plasmada en el antiguo lienzo la observaba encumbrada sobre el despacho.

—Va a ser extraño no tenerla más por aquí—menciono el chico con cierto anhelo.—Creo que te hubiese gustado conocerlo—

—Lo siento—

El solo le sonrió para luego entregarle un pequeño libro encuadernado que solía pertenecer a su padre.

—Esto también te pertenece, contiene un poco de la historia de la pintura—

Aún le abrumada la idea que un hombre al que jamás había visto en su vida hubiese dejado estipulado que al momento de morir debían entregarle aquella pintura que había pertenecido a su familia por años.

Lo que en un momento parecía ser una simple compra de sus fotografías parecía tomar un camino más intrincado.

—Me encargare que la lleven a su hotel.

—Gracias—

—¿Puedo pedirle algo más?

—Por supuesto.

Media hora había transcurrido más se sentía que pasado siglos.  Cigarro tras cigarro trataba de apaciguar su impaciencia y algo más.

Para Elizabeth estaba claro que Tom estaba en uno de sus días, o quizás aquella chica extraña había logrado inquietarlo.

Prefería pensar que sólo era un mal día y no que aquella rubia insípida hubiese logrado algo que ella aún no podía.

—Creo que prefiero regresar al hotel

—La Escucho  decir mientras caminaba junto con el chico.

—Bien pediere a alguien que te lleve.

—Descuida yo la llevo—Interrumpió Tom al abordarlos por la espalda.

Helena Supuso que no serviría de mucho oponerse o si? 

El sonido del motor de su deportivo acelerando a más no poder la hizo removerse en el asiento.

Al menos le tomaría menos tiempo de lo que pensaba, cruzar la ciudad de lado a lado pensó, mientras se hacía un ovillo en su asiento.

—Me gustaría llegar ilesa, si no te molesta—Sentencio nerviosa en un susurro.

Tom río mientras detenía el auto de golpe frente a la luz roja del semáforo. La observo suspirar aliviada al sujetarse con todas sus fuerzas del cinturón de seguridad.  El auto arranco tan pronto la luz dio verde solo que esta vez un poco más lento.

viernes, 25 de octubre de 2013

Capítulo 41

                        

Había logrado inquietarla desde la primera vez que escucho su voz al otro lado del teléfono. La imagen que había construido en su cabeza luego de varias y tendidas conversaciones se vino abajo cuando lo vio atravesar el lugar.
Era... Joven mucho más de lo que esperaba, con un look de chico californiano desenfadado y bastante atractivo. El tipo de hombre que atraía las miradas hasta la más desinteresada e incrédula de ellas.

Helena lo observo acercarse a una de las camareras para preguntar algo, para luego desviar su mirada hacia ella. Una perfecta y blanca hilera de dientes se vislumbro tras una sonrisa.

De piel ligeramente bronceada, cabello rubio, largo y algo decolorado por el sol. Y de unos luminosos y muy familiares ojos verdes.

—Es un placer conocerla—Mencionó, al extender una de sus manos hacia ella—Al fin—agrego aún sorprendido.

Ninguno de los dos al menos a primera vista resulto ser lo que esperaban. Helena había imaginado a un hombre algo mayor, serio, exquisitamente educado y algo anticuado. 

De gustos excéntricos y algo extraños para interesarse tanto en su trabajo. Aunque sólo en lo primero había fallado. Y ella bueno... Resulto ser el ser más extraño y fascinante que había conocido en su existencia.

—¿Puedo invitarla a cenar?—pregunto mientras la acompañaba a la puerta de su hotel.

La poca más de media hora que había agendado para su encuentro, había resultado ser insuficiente.  Tanto así que había insistido en conducirla hasta su hotel para continuar finiquitando los detalles.

—¿Mañana por la noche si le parece?

—Esta bien.

—Enviare a alguien por usted—concluyo al despedirse.

Era demasiado joven para ser tan correcto o bien ocultaba perfectamente su edad tras su barba de tres días y rostro perfecto.

Helena lo observo perderse dentro de su Bentley gris mientras dejaba escapar la sonrisa que había contenido desde que lo vio llegar al lugar.

La había conocido la noche en que Tom había decidido desaparecer sin decir palabra alguna del bar. Divertida y desenfadada bastaron unas cuantas semanas para que su relación con el se hiciera cercana.

La particular fotografía que colgaba de una de las paredes del vestíbulo principal había llamado su atención, no recordaba verla la vez anterior que había estado allí.

Era imposible pasarla por alto, aquella pálida chica de enormes ojos azules un tanto bizarros.

Su cuello desnudo y largo, su cabello rubio casi pálido lo invitaba a detenerse hasta perderse dentro del retrato.

—Son de mi hermano—Menciono en tono de disculpa—Todas ellas—Agrego mientras señalaba con la mirada el resto de la habitación.

—Solo espero que no sea tan extraña como sus fotografías—Murmuro para sí misma entre dientes.

Bill sólo le sonrió y continúo observándolas.

El cigarro se consumía entre sus labios despacio, mientras el frío de la noche otoñal le helaba la piel y algo más.

De sus labios salió un ligero gruñido al observarla acercarse a toda prisa.

La mayoría del tiempo solía agradarle su compañía pero había momentos en los que no estaba dispuesto a saciar su déficit de atención.

Arrebato de su boca el cigarro para luego llevarlo a sus labios teñidos de rojo pasión.

El chico le dio un ligero vistazo que denotaba enfado, para luego recorrerla con la mirada de arriba a abajo.

Era bonita demasiado... Americanizada quizás, pero bonita, aunque sus encantos y sus ojos verdes luminosos no eran suficientes para aligerar el humor del chico.

De las mil y un palabras que escupió en dos minutos lo único que le interesó fue saber por que Helena estaba allí.

—Supongo que ella es la "artista"—Menciono con algo de sarcasmo.

Desde la terraza donde se encontraban la habían podido ver recorrer el vestíbulo en compañía del chico de cabello largo.

—¿No?—murmuro para sí mismo mientras se divertida de antemano al imaginar su rostro pálido y desencajado.

martes, 22 de octubre de 2013

Capítulo 40


No? Se cuestiono a sí misma mientras sus extraños ojos grises se centraban en el y su mente revivía repetidamente la escena.

—No...—sonrió Caleb al observarla.

No sabía exactamente que había ocurrido en el trayecto de su hotel a su casa pero estaba seguro que algo, algo había ocurrido.

Estaba irritada, nerviosa y distante, sus pensamientos o lo que fuese que había en su cabeza parecía ser quizás demasiado fuertes para dejarlos a un lado.

—Pasa algo?—pregunto prudente, mientras llenaba su vaso con un poco de vino.

Helena suspiro frustrada, para después endulzar sus labios con el líquido amarillo claro que había en su vaso.

Era algo más que complicado poner en palabras lo que sentía, lo que quería y lo que no.

Así qué sólo le sonrió, para continuar observándolo moverse por la cocina mientras preparaba su cena.

El no lo sabía y quizás jamás llegaría a saberlo pero su presencia resultaba ser refrescante como el agua más dulce y fría en un calurosa tarde de verano.

—Me lees?—Pregunto divertida al seleccionar uno de los libros que habían en la estantería.

Se sentó a su lado en el sofá, con una vieja y dañada edición de algunos sonetos y poemas de Jhone Donne.

—Muerte—sugirió ella.

—Muy lúgubre para mi gusto.

—A ella le agrada.

—Ella?

—Eleonor—susurro por lo bajó dudosa.—A ella le agradas—

—La conozco?—pregunto curioso.

—No, pero eso no importa. Me lees?—insistió.

Eleonor, de cabello oscuro y muy largo, piel pálida, ojos verdes o castaños cuando le jugaba malas pasadas.

Fallecida de forma nefasta a los quince años en 1877.

Había encontrado refugio dentro de Helena cuando esta apenas tenía seis años.

Por accidente o porque estaba escrito, Helena fue la única persona que había bajado a aquel infierno helado en el que había sido olvidada.

Consideraba a Helena débil, frágil, defectuosa e inestable más entendía como nadie los escabrosos caminos de su alma.

Y aunque habían momentos en que se detestaban la una a la otra lo que las unía era más fuerte.




















viernes, 11 de octubre de 2013

Capítulo 39

                                 


Dejo de un lado lo que alguna vez lo alejo, para de nuevo experimentar aquella extraña adrenalina que Helena solía despertarle. Uno a uno levanto los limones del suelo para colocarlos dentro de la bolsa plástica.

Sus dedos rozaron intencionalmente los de ella en un intento por sentir aquella chispa que solía recorrerlo por completo. Fríos como témpanos hielo, suaves y delicados como algodón de azúcar.

Helena ni siquiera parecía respirar; maniatada dentro de un pesado abrigo negro, con el pelo atado en una cola y sus labios rosa pálido inertes en una línea fina.

Lo observaba como si el fuese tan sólo un recuerdo o el fantasma de un pasado muy distante.

Un leve suspiro le recordó que dentro de ella aún había vida.

—¿Edward esta aquí?—Pregunto con voz cristalina.

—Se fue hace un par de días.

—Lo siento... Hola—agrego un tanto tímida. 

El silencio de nuevo se apoderó de ellos, mientras los ojos castaños del chico se centraban de nuevo en ella.

Los papeles habían cambiado, Helena no podía mantenerle la mirada por más tiempo, parecía sentirse acorralada entre Tom y aquella callé vacía.

Una media sonrisa fue su saludo mientras quitaba de sus manos la bolsa de plástico.  Helena supo por su gesto que no podía deshacerse de el o al menos no por un tiempo.  El vértigo en su estomago le impedía dar si quiera unos cuantos pasos, más el continuaba allí a su lado. 

¿Porque hacía todo eso? ¿Que tenía ella que pudiese interesarle? ¿Porqué a pesar de todos sus esfuerzos el continuaba allí?

Ni siquiera le importaba a donde iba, no pensaba en ello en ese momento se dejaba guiar por algo que era más fuerte que el.

Acompaño a Helena hasta la entrada de un viejo edificio un tanto alejado de centro de la ciudad.

—¿Te quedas aquí?

—No, sólo vine a cenar.

—Tus limones— menciono al extenderlos hacia ella.

Tom espero paciente a que Helena decidiera si los tomaba o no, muy dentro suyo sabía que debía evitarlo más podía hacerlo.

Quería más, quería mucho más, quería retener su mano entre las suyas, acomodar el mechón de su cabello que se negaba a quedarse en su lugar. Quería abrazarla e impregnarse de su aroma, quería quedarse junto a ella y observarla un poco más.

Quería protegerla de algo que ni siquiera entendía y mucho menos ella permitiría, quería algo que Helena no estaba dispuesta a dar.

Helena rompió el contacto cuando se percato que ya no podía soportarlo.

—Puedes saludar a Bill de mi parte—susurro al alejarse.

—Podemos vernos de nuevo—Le pido antes de perderla de vista.

—No

—¿No?—Sonrió.

¿Porque demonios lo hacía? Acaso le divertía, Helena respiro profundo intentando que no le afectará más de lo que ya lo hacía.

—No—sentencio al girarse para observarlo y dedicarle una mirada fría.


Su negativa más que desanimarlo le divertía, se quedo para observarla desaparecer dentro del edificio sin poder ocultar una sonrisa.

lunes, 7 de octubre de 2013

Capítulo 38

                               
             

Refugiada en su regazo observaba junto a su abuela el atardecer al pie del lago. El último invierno estaba cerca y no necesitaba analizar demasiado para saber, que en el mismo lugar donde todo inicio, todo también debía terminar. Aunque aún no era el momento, aún no lo era y eso la llenaba de cierta tranquilidad.

Le aterraba no estar completamente segura de poder tener el valor necesario para lograrlo, a pesar de que sabía bien que ese era su destino y nada ni nadie podía evitarlo.

Temía dejar aquellas personas que habían significado tanto en sus casi veinte años de vida, temía dejarlos, de la misma manera en la que había temido amarlos.

La mujer retuvo por un poco más de tiempo su cabello rubio entre sus manos; tenerla junto a ella aquellos días había sido maravilloso y esperaba que los días pudiesen llegar a ser semanas.

El clima y aquella vieja hermosa casa le traía recuerdos que ahora le provocaban una sonrisa.

Casi podía imaginarla, con su cabello suelto y un tanto revuelto, deambulando por  los ruidosos pisos de madera y con la mirada abarrotada de infinita curiosidad.

Su imagen se disipó pronto, al observar a Edward atravesar el vestíbulo. Aún guardaba cierta incertidumbre en su mirada. 

Era toda una coincidencia un tanto bizarra, pensó al escuchar la voz de su tío al otro lado del teléfono. Era el único lugar donde su extraña fotografía había podido ser colocada y vendida.

—¿Por cuanto tiempo? Incrédula y ansiosa, pregunto. —No hay problema puedo estar allí mañana.

Tomo una profunda bocanada de aire cuando al fin la llamada término. 

—¿Abuela?—Llamo por lo bajó al buscarla en el jardín. —Debo irme— susurro al llegar a ella.

—¿La llamada que esperabas?

—Si, fue más pronto de lo que pensé.

La mujer limpió sus manos en su delantal, para luego tomar el rostro pálido de Helena entre ellas.

—Es sólo por una temporada.

—Prométeme que te cuidarás.

—Voy a estar de vuelta antes de que el invierno acabe, pero lo haré... Lo haré.

La noche fría y despejada la alentaba a caminar por la ciudad. Después de un tiempo fuera de lo que consideraba su hogar aquello era lo más cercano.

—Limones— murmuro para sí misma en un intento de mantener sus pensamientos donde debía.

La bolsa plástica con limones se deslizó de sus manos, al doblar la esquina luego de salir de la tienda.

Helena no pudo dar ni un paso más, se paralizo por completo, al verlo aproximarse con paso lento y su mirada castaña un tanto confusa.

El frío de la noche la envolvió haciendo que todo su cuerpo se estremeciera por completo. ¿Era ella? La última vez que la había visto aún era una niña. Hecho un vistazo a su mirada que aún no le decía nada; pero sin duda alguna era ella.

Uno de los limones golpeó la punta de sus zapatos, mientras ella continuaba allí, pálida como la recordaba.

La ansiedad que le provocaba  su presencia parecía haberse incrementado con su ausencia. Se sentía como un adicto a punto de tener una nueva gran recaída.