lunes, 7 de octubre de 2013

Capítulo 38

                               
             

Refugiada en su regazo observaba junto a su abuela el atardecer al pie del lago. El último invierno estaba cerca y no necesitaba analizar demasiado para saber, que en el mismo lugar donde todo inicio, todo también debía terminar. Aunque aún no era el momento, aún no lo era y eso la llenaba de cierta tranquilidad.

Le aterraba no estar completamente segura de poder tener el valor necesario para lograrlo, a pesar de que sabía bien que ese era su destino y nada ni nadie podía evitarlo.

Temía dejar aquellas personas que habían significado tanto en sus casi veinte años de vida, temía dejarlos, de la misma manera en la que había temido amarlos.

La mujer retuvo por un poco más de tiempo su cabello rubio entre sus manos; tenerla junto a ella aquellos días había sido maravilloso y esperaba que los días pudiesen llegar a ser semanas.

El clima y aquella vieja hermosa casa le traía recuerdos que ahora le provocaban una sonrisa.

Casi podía imaginarla, con su cabello suelto y un tanto revuelto, deambulando por  los ruidosos pisos de madera y con la mirada abarrotada de infinita curiosidad.

Su imagen se disipó pronto, al observar a Edward atravesar el vestíbulo. Aún guardaba cierta incertidumbre en su mirada. 

Era toda una coincidencia un tanto bizarra, pensó al escuchar la voz de su tío al otro lado del teléfono. Era el único lugar donde su extraña fotografía había podido ser colocada y vendida.

—¿Por cuanto tiempo? Incrédula y ansiosa, pregunto. —No hay problema puedo estar allí mañana.

Tomo una profunda bocanada de aire cuando al fin la llamada término. 

—¿Abuela?—Llamo por lo bajó al buscarla en el jardín. —Debo irme— susurro al llegar a ella.

—¿La llamada que esperabas?

—Si, fue más pronto de lo que pensé.

La mujer limpió sus manos en su delantal, para luego tomar el rostro pálido de Helena entre ellas.

—Es sólo por una temporada.

—Prométeme que te cuidarás.

—Voy a estar de vuelta antes de que el invierno acabe, pero lo haré... Lo haré.

La noche fría y despejada la alentaba a caminar por la ciudad. Después de un tiempo fuera de lo que consideraba su hogar aquello era lo más cercano.

—Limones— murmuro para sí misma en un intento de mantener sus pensamientos donde debía.

La bolsa plástica con limones se deslizó de sus manos, al doblar la esquina luego de salir de la tienda.

Helena no pudo dar ni un paso más, se paralizo por completo, al verlo aproximarse con paso lento y su mirada castaña un tanto confusa.

El frío de la noche la envolvió haciendo que todo su cuerpo se estremeciera por completo. ¿Era ella? La última vez que la había visto aún era una niña. Hecho un vistazo a su mirada que aún no le decía nada; pero sin duda alguna era ella.

Uno de los limones golpeó la punta de sus zapatos, mientras ella continuaba allí, pálida como la recordaba.

La ansiedad que le provocaba  su presencia parecía haberse incrementado con su ausencia. Se sentía como un adicto a punto de tener una nueva gran recaída. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario