Refugiada en su regazo observaba junto a su abuela el atardecer al pie del
lago. El último invierno estaba cerca y no necesitaba analizar demasiado para
saber, que en el mismo lugar donde todo inicio, todo también debía terminar. Aunque
aún no era el momento, aún no lo era y eso la llenaba de cierta tranquilidad.
Le aterraba no estar completamente segura de poder tener el valor necesario
para lograrlo, a pesar de que sabía bien que ese era su destino y nada ni nadie
podía evitarlo.
Temía dejar aquellas personas que habían significado tanto en sus casi
veinte años de vida, temía dejarlos, de la misma manera en la que había temido
amarlos.
La mujer retuvo por un poco más de tiempo su cabello rubio entre sus manos;
tenerla junto a ella aquellos días había sido maravilloso y esperaba que los
días pudiesen llegar a ser semanas.
El clima y aquella vieja hermosa casa le traía recuerdos que ahora le
provocaban una sonrisa.
Casi podía imaginarla, con su cabello suelto y un tanto revuelto,
deambulando por los ruidosos pisos de
madera y con la mirada abarrotada de infinita curiosidad.
Su imagen se disipó pronto, al observar a Edward atravesar el vestíbulo. Aún
guardaba cierta incertidumbre en su mirada.
Era toda una coincidencia un tanto bizarra, pensó al escuchar la voz de su
tío al otro lado del teléfono. Era el único lugar donde su extraña fotografía
había podido ser colocada y vendida.
—¿Por cuanto tiempo? Incrédula y ansiosa, pregunto. —No hay problema puedo
estar allí mañana.
Tomo una profunda bocanada de aire cuando al fin la llamada término.
—¿Abuela?—Llamo por lo bajó al buscarla en el jardín. —Debo irme— susurro
al llegar a ella.
—¿La llamada que esperabas?
—Si, fue más pronto de lo que pensé.
La mujer limpió sus manos en su delantal, para luego tomar el rostro pálido
de Helena entre ellas.
—Es sólo por una temporada.
—Prométeme que te cuidarás.
—Voy a estar de vuelta antes de que el invierno acabe, pero lo haré... Lo haré.
La noche fría y despejada la alentaba a caminar por la ciudad. Después de
un tiempo fuera de lo que consideraba su hogar aquello era lo más cercano.
—Limones— murmuro para sí misma en un intento de mantener sus pensamientos
donde debía.
La bolsa plástica con limones se deslizó de sus manos, al doblar la esquina
luego de salir de la tienda.
Helena no pudo dar ni un paso más, se paralizo por completo, al verlo
aproximarse con paso lento y su mirada castaña un tanto confusa.
El frío de la noche la envolvió haciendo que todo su cuerpo se estremeciera
por completo. ¿Era ella? La última vez que la había visto aún era una niña.
Hecho un vistazo a su mirada que aún no le decía nada; pero sin duda alguna era
ella.
Uno de los limones golpeó la punta de sus zapatos, mientras ella continuaba
allí, pálida como la recordaba.
La ansiedad que le provocaba su presencia parecía haberse
incrementado con su ausencia. Se sentía como un adicto a punto de tener una
nueva gran recaída.
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