El frío invernal se colaba hasta sus
huesos haciendo que el dolor que aún quedaba en él se acrecentara. Tom le dio
un largo trago a su taza de café en un intento por retrasar su salida al
jardín.
Un grueso y desgastado sweater abrigo el
torso del chico mientras se encaminaba al exterior. Tomo asiento junto a Helena
que observaba entretenida los primeros vestigios de nieve de la temporada.
—¿Tienes más de esas pastillas?—Preguntó
al llevar una de sus manos a sus costillas.
Le respondió con una ligera sonrisa sin
quitar la vista de las pequeñas escamas de nieve que habían entre sus manos.
Helena sacudió sus manos sobre su ropa y
hurgo en sus bolsillos en busca del frasco con medicamento.
—No deberías preocuparte tanto por mí.
Se cuidarme bien—Le dijo al sentir su mirada sobre ella.
Helena buscó la calidez de sus ojos y se
sumergió en ella, la voz silenciosa de sus mirada plata le dejo saber algo que
su voz apagada no le podía dar.
Estaba buscando respuestas en el lugar
equivocado, allí bajo aquel manto extraño y hermoso estaba la verdad.
—No tienes que hablar de ello si no
quieres.
—No me molesta, me molesta que la gente
me mire como si estuviese loca y no me diese cuenta—Dijo con enfado como si
recordase algo—Además lo prometí—Agrego sería.
Tom sonríe y la observa se detiene en su
rostro delicado e inocente. Mientras intenta descifrar donde oculta esta esa
otra parte suya, ese otro ser frenético que se niega aún a darle rienda suelta.
—¿Y bien?—Le escucho decir. En un
intento de alejar sus ojos castaños de ella.
—Salimos—Menciona el chico. Con esa
sonrisa que Helena detesta.
—No me apetece hacerlo, además... No es
una pregunta o ¿Si?—Se detiene a preguntar algo que es obvio.
—No
Tom le sonríe de nuevo mientras la
arrastra con el al interior de la casa. Se decepciona un poco al sentir que sus
largos dedos fríos no le transmiten más que eso... Frío.
Helena se arma de valor al bajar las
escaleras de la entrada principal, el chico la espera en su motocicleta
abrigado con su chaqueta de cuero y el casco en su regazo.
—No lo quiero—Le dice al negarse a
usarlo.
—Helena—Insiste el chico.
—Me hace sentir claustrofobia—Le
confiesa al trenzar su cabello en una larga cola de pez.
Es testaruda y lo sabe antes de perder
tiempo en una discusión sobre quien tiene la razón prefiere por esta vez
dejarlo pasar. El motor se enciende rompiendo con el silencio que reina en el
lugar.
Antes de que pueda advertirle y como si
de alguna manera pudiese leer su mente Helena se aferra suavemente a sus
hombros dejando su torso aún adolorado en libertad.
Por primera vez la siente tranquila como
si estuviese dormida o como si hubiese drenado en él una parte de su oscuro y
pesado mundo.
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