viernes, 24 de enero de 2014

Capítulo 64






Se había mantenido despierto inmerso en la intimidad de aquellas notas plagadas de nostalgia. Aquella oda a la melancolía parecía deprimirlo, más había algo en la prosa de aquel desdichado que le resultaba adictivo.

Quizás porque describía perfectamente el hecho de desear algo que jamás sería suyo, cosa que aún no podía ni siquiera expresarse a sí mismo.

Le parecía lo más sano, no ahondar en eso aunque algunas veces no podía evitar pensarlo.

Para ser el primer día no había estado tan mal pensó, al dirigir su mirada a la ventanilla del auto. Por supuesto hubiese preferido resguardarse detrás de su cámara y hacer lo suyo.

Más de algún modo le había resultado... Interesante? Alzar su voz un par de tonos y dirigir personas no era lo suyo pero había resultado interesante.

—¿Señorita?—Escuchó llamar en medio de sus pensamientos. Helena observó al hombre que mantenía la puerta del auto abierta a la espera de que saliera por ella.

La casa permanecía a oscuras y en silencio, la puerta se cerró tras ella y casi de inmediato pudo percibir su presencia en algún rincón de aquel enorme lugar. Aquel sentimiento empezaba a resultarle familiar y exquisitamente acogedor.

Helena dejo sus cosas en la mesa de recibidor para luego encaminarse hasta la cocina.

—Debemos viajar a LA a final de mes—Anuncio Tom al reposar su peso en el marco de la puerta.

Su gesto cambió cuando la puerta de la nevera lo dejo ver que era ella.

—Pensé que eras Bill—Mencionó al acercarse. —Yo lo hago—

Tomo de sus manos lo que llevaba y con un ligero gesto le pidió que se sentará. Helena lo observo moverse por la cocina tal y como lo hacía Caleb aunque quizás de sus manos no saldría un platillo glamuroso o elaborado. 

Esa noche le bastaba con su emparedado algo de uvas verdes y té.

La observaba como si nunca pudiese fastidiarle de hacerlo; como si verla comer fuese todo un espectáculo digno de no perder. Helena llevo a su boca una uva verde mientras disimula una extraña sonrisa.

—¿De verdad vas a extrañar todo esto?

—¿Esto?

—Esto que tenemos—Susurró.

Al romper el contacto con el chico mientras dirigía sus extraños ojos grises a la figura alta y delgada de Bill.

****

Debía despertar en un par de horas, más conciliar el sueño era difícil de lograr. La ansiedad de saberse próxima a su destino la estaba carcomiendo de a poco.

Estaba a punto de enloquecer, de desgarrar su garganta en un grito para luego correr en busca de él.

Llenó sus pulmones de aire frío y bruma de mar en un intento de apaciguar su miedo. Sintió la reprimenda en lo profundo de su estómago y el lustre de sus dedos rozarla cual seda. Sus ojos verdes la recibieron al girarse.

Un <¡no, no, no!> insonoro se dibujó en sus labios antes de ser arrastrada por Eleonor.  Las imágenes en reversa de lo que había sido su vida se reprodujeron en la pupilas de sus ojos, corrían a una velocidad vertiginosa que le causo pavor.

Se detuvieron aquella tarde de invierno, en aquella niña rubia de trenzas, en el frío que acribillaba su cuerpo, en donde todo comenzó.

Había tocado un par de veces sin obtener respuesta, el pomo de la puerta cedió dejándolo pasar.

—Helena—Llamó—El auto ya está aquí—

Su mirada lo llevo al cuarto de baño las huellas húmedas en el piso de madera fue algo que no podía dejar pasar.

—¿Puedo entrar?—

La encontró dentro de la bañera abrazada a sus piernas, con el cabello cubriéndole el rostro y el agua turbia abrazando su cuerpo.

Su voz apagada susurraba cantos en algún idioma extraño que hizo que se le erizara la piel. La tela de su camisón blanco se había adherido a su espalda dejándole ver su delgadez.

—¿Helena?

Ella solo suspiro dejo salir el aire que retenía en sus pulmones mientras sus manos pálidas temblaban al retener el abre cartas.

—Dame eso—Le pidió temeroso.

Levanto su rostro fijándose en él, su mirada turbia se posó en el rostro del chico mientras una de sus manos se aferró a él.

Pálida y temblorosa como un papel intentó decir algo más lo único que logró fueron balbuceos sin sentido.

—Shhhh...—Acalló. Al poner su dedo pulgar sobre los labios de Helena.

El temblor que la recorría de pies a cabeza la abandonó, al sentir aquel contacto cálido sobre su piel.  Cuando al fin pudo apartar la daga de sus manos, las tomo por sus brazos fuertemente hasta ponerla de pie.

—¡Mierda! No vuelvas a hacerlo!—Le recriminó con la voz entrecortada por el temor.—Mierda!—Soltó dejando salir parte de su frustración.

Se llevó las manos a su cabeza en un intento de tranquilizarse, lo único que le apetecía era abofetearla o mínimo tomarla por sus hombros y sacudirla hasta que entrara en razón.

Verla allí perturbada, perdida en algún parte de su mente desequilibrada rompió algo dentro de él.

—Ven—Le pidió con voz calma.

La tomo por su brazo ayudándola a salir. Para luego envolver en una toalla su figura delgada. Entre sus manos se sentía tan pequeña tan frágil, que lo único que quería era dejar de contenerse, dejar salir aquello que deseaba y guardaba en él.

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Anoche de nuevo te entrometiste en mis sueños. La sensación de tenerte entre mis brazos, bajos mis dedos me pareció tan real.

El perfume de tu cabello y el sabor de tus labios fue mejor de lo que puede imaginar.

Sólo en sueños he podido hacerte mía, sólo en sueños puedo escapar de la realidad.

Nos has dejado aquí solos, sumidos en un dolor que parece no terminar.

No he tenido el valor para alejar a tu padre de sus recuerdos, no he tenido el valor de alejarlo de usted.

Ven por mí esta noche, irrumpe de nuevo en mis sueños, instalase en mi corazón.

Sinceramente suyo.

Rafael


Julio 1977.

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