lunes, 9 de diciembre de 2013

Capítulo 54

                                 

Helena había llegado a él con la advertencia bajo su brazo, más nada de lo que ella y los demás le advirtiesen podían mantenerlo alejado.

Era demasiado testarudo e inclusive hasta orgulloso para darse por vencido y dejar a un lado aquel impulso que palpitaba bajo su piel.

De nuevo se encontraba buscando su presencia, haciéndole caso como chico obediente a aquel grito silencioso que sólo el podía percibir.

El olor a jazmín aún colgaba de las paredes de la habitación como si ella se encontrase allí.

Casi podía verla... Su figura delgada y pequeña junto a la ventana de su habitación, con la mirada puesta en el gélido mar plata que estaba más allá de su ventana.

No tardo mucho en encontrar a Eleonor sobre su cama. 

Observo su rostro joven de facciones redondas y sus pequeños y rasgados ojos verdes.

—Se siente como tú—Murmuró en un susurro al verla llegar.

Sus dedos pálidos se paralizaron sobre los botones de su abrigo al escucharlo.

Helena atravesó el umbral de su habitación sin saber muy bien que decir o como actuar.

—Hay comida en la cocina, si tienes hambre—Le escucho decir mientras se adentraba al cuarto de baño.

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Le había dicho todo lo que sabía sobre el sin ni siquiera preguntar por qué lo hacía.

No necesitaba que B-B lo dijese sabía que debía tenerle aprecio y quizás algo más para mantenerlo a su lado.

Era demasiado quisquillosa y solitaria lo había notado casi desde la primera vez.

Caleb era primera persona que le había conocido, la primera persona que podía catalogar como su "amigo".

Era un tipo extraño, algo aburrido y por lo que había comprobado esa noche sabía cocinar bien, tanto que parecía complacer el paladar exigente de Helena.

La observo devorar su tazón de arroz blanco y judías verdes bañadas en salsa de joya sin chistar ni una sola vez.

No tardo demasiado en saber que Bill había sido el de la idea, le había tomado cariño, se había convertido en su pequeña y extraña muñeca.

Y no es que le molestará su presencia solo se le hacía difícil ver que quizás después de todo él no era el único que le hacía bien.

Se veía cómoda hasta relajada vestida con un ligero y corto vestido blanco. Uno de sus pies descalzos acariciaba lentamente el viejo piso de madera.

Helena junto con Bill se habían hecho cargo de los platos mientras el y el chico fumaba en las afueras de la cocina.

Se preguntó si al igual que él le recriminaba, al notar el humo espeso que se había formado a su alrededor.

Justo cuando había decidido romper el silencio con alguna frase estúpida escucho el cristal romperse y a su hermano maldecir por lo alto.

La imagen del abrecartas y el sonido al rasgar su piel se coló entre sus pensamientos mientras entraba por la puerta seguido de Caleb.

Helena parecía haberse quedado en blanco, agradecía no sentir ya más nada. Las voces a su alrededor zumbaban como avispas preocupadas por algo que ella parecía no comprender.

Lo único que logró aislarla de su cierre voluntario fue sentir sus manos cálidas sujetarla.

La había tomado con cuidado como siempre la hacía, para conducirla fuera del cristal roto.

Su vestido manchado de sangre había ido a parar al bote de la ropa sucia. La herida en su mano se había cerrado y estaba limpia.

Se había encargado de ella, había reparado su desastre más ella continuaba allí observando en silencio.

—¿Helena?—Llamó en un intento de romper su monotonía.

—¿Caleb?—Preguntó y no era precisamente lo que quería escuchar pero al menos había hablado.

—Bill lo llevo a casa—Respondió. Al dejar en sus manos un par de pastillas y un vaso con agua.

Helena las bebió casi al mismo tiempo que el interruptor apagaba la luz.

—El efecto no es inmediato—La escuchó murmurar en la oscuridad.

—¿Quieres que me quede?

Verla encogerse de hombros era un si o un no? Se preguntó mientras encendía la luz de nuevo.

Se dejó caer sobre una silla junto a su cama mientras ella llevaba sus piernas a su pecho y se acostaba de lado.


Su mirada gris lo recorrió unas cuantas veces más antes de sucumbir.

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