El piso crujió bajo sus pies al acortar la
distancia que lo separaba de ella.
El pulgar del chico acaricio los nudillos
fríos de Helena, que al parecer se había quedado dormida más pronto de lo que
esperaba.
El colchón de la cama cedió ante el peso de
Tom que intentaba no despertarla. Y cual era su plan? Quedarse junto a ella
hasta que empezara a roncar.
No pudo evitar reírse ante la imagen mientras
volvía a repetir el movimiento con su pulgar una, otra y otra vez...
Esa noche no hubo insomnio, ni pesadillas, ni
temores, ni angustias ni fantasmas del pasado.
Fue una noche extraña, calma, de sueño
profundo y reparador.
—¿Me sueltas?—Su voz sonó en un susurro
lejano. Como sí el viento trajese a sus oídos el eco de su voz.
El sueño le impedía abrir lo ojos lo alejaba
de la realidad para acercarlo a un lugar extraño, a un lugar lejano.
—¿Me sueltas?—Escucho de nuevo. En medio de
la bruma, la neblina y el olor a mar.
La yema de sus dedos se posicionó en una de sus
mejillas, lo tocaba con cuidado mientras experimentaba aquella sensación que
hormigueaba en esa pequeña porción de su piel.
Sus ojos castaños se abrieron se posaron en
ella para luego volverse a cerrar.
Su aliento cálido la acaricio cuando el chico
suspiro pesadamente. Lo escucho gruñir mientras se revolvía bajo las sábanas.
—Me sueltas?—Le pidió Helena de nuevo.
—¿Que?—Masculló adormilado.
Cuando por fin abrió sus ojos se encontró con
su gesto ligeramente irritado.
Su agarre apenas si le había permitido
moverse, Tom la libero del peso de su cuerpo con una sonrisa algo burlona.
—Espero que hayas dormido... Bien—Sentencio
Helena tras perderse dentro del baño.
Necesitaba ver sus ojos para determinar cual
era el verdadero trasfondo de aquella frase. El sarcasmo que había en su voz no
le era suficiente.
El olor a nicotina mezclado con su aroma se
había impregnado en ella, dejando una sensación algo pegajosa.
Supuso que había tenido calor por la noche o
su temperatura había aumentado unos cuantos grados al tenerlo tan cerca.
No era nada que un buen baño no pudiese
borrar más aquella sensación, aquella que se había albergado bajo su piel
tardaría un poco más.
No sabía si odiaba más su parte espontánea
esa que lo llevaba a actuar por instinto o esa nueva parte suya, esa que
analizaba de más, que pensaba de más y que le había trasmitido.
Helena sentía su cabeza palpitar al haber
absorbido como si se tratase de una esponja cada una de sus emociones.
Era complejo, impenetrable tan difícil de
leer. No sabía cuantas veces de había roto la cabeza tratando de entenderlo.
Supuso que jamás lo lograría cada día
encontraba algo nuevo, una pieza más de aquel remolino de emociones que era el
chico.
Supuso que esa era quizás la razón principal
por la cual Eleonor lo detestaba. Su solo presencia solía relegarla, solía
quitarle el poder que ejercía sobre ella.
Helena solía sentirse libre de su presencia
para enfrascarse, sumergirse y perderse en aquella hermosa mirada castaña.
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