viernes, 20 de diciembre de 2013

Capítulo 56




La terraza de su habitación era el lugar perfecto para presenciar la puesta del sol. Se había dado espació para respirar y pensar en otra cosa que no fuese trabajo.

Pensar en un concepto y traerlo a la vida era muy diferente a darle rienda suelta a su imaginación solo por el simple placer de hacerlo.

La tarde estaba fría, brumosa y hermosa.

Su mirada se perdió en el lienzo pastel sobre su cabeza, mientras el sol descendía lentamente como una bola de fuego tragada por el mar.

—¡Wow!—Mencionó Bill al llegar—La puerta estaba abierta—Se disculpó al verla sorprendida.

—Descuida.

Helena lo observo suspirar algo aburrido o cansado quizás.

Los últimos días en los que Tom había estado ausente se había encargado de cuidarla como si de niña pequeña se tratara.

—Deberíamos salir—Mencionó entusiasmado.

—¿Salir?

—¡Si! Vengo por ti en unas horas.

No hubo tiempo para negativas o escusas elaboras el chico salió por la puerta de la misma manera en la que ingreso.

El sonido estridente de la música y una espesa capa de humo lo recibió al ingresar.

El chico se abrió paso entre la gente que abarrotaba el lugar.  Sus ojos verdes lo detectaron casi de inmediato como si hubiesen sido entrenados para hacerlo en medio de aquel mar de gente que llenaba el lugar.

—Valla—Mencionó Elizabeth arrastrando las palabras para llamar su atención.

Tom le sonrió de lado para luego darle un largo trago al líquido negro que llenaba su vaso.

—Al fin te dignas a mostrarte.

Sus reclamos cargados de sarcasmo  parecían importarle muy poco. Su mirada castaña pronto recorrió el lugar para detenerse en su menuda figura.

—Ya veo—Sonrió—Necesito hacerte ojos de muñeca macabra para llamar tu atención—Mencionó aleteando sus pestañas.

Tom río dejando escapar algo de líquido de sus labios, los dedos hábiles de la chica limpiaron su barbilla en una caricia atrevida.

—¿Tomás algo?—Preguntó Tom.

—Vodka.

Supo que el vodka sería lo único que tendría de el esa noche, al verlo pagar la cuenta y colocarse la chaqueta de cuero.

Se despidió dejando sobre su mejilla un beso y el agradable olor que había quedado en el, de un baño reciente.

Lo observo encaminarse entre la gente para luego verlo decirle algo al oído.

Ella, Helena lo observó con un gesto que no podía determinar, su sonrisa y su mirada parecían no hacer el mismo efecto que con ella o con cualquiera que tuviese sangre en las venas.


Con gesto frío y apacible Helena pronto se marchó junto a él.

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