—No hagas eso—Se quejó, al sentir sus dedos
tocarla detrás de su cuello.
Lo observo reír con suficiencia como sí
disfrutará ponerle las manos encima solo para verla retorcerse como pez fuera
del agua.
La pasividad de su rostro había desaparecido,
en el solo había molestia.
—Dame eso—Dijo Tom. Al quitar de sus manos la
caja de comida China.
Helena retrocedió alejándose del chico
evitando así cualquier contacto.
—Descuida no lo haré... No sí no quieres— Le
sonrió.
Su rostro tomo un color pálido enfermizo y
por un momento pensó que derramaría los fideos a sus pies.
—Respira—Le pidió con cierto dejo de culpa.
Helena tomo asiento en el borde de su cama
mientras se abrazaba a sí misma e intentaba respirar. Bill se había ido
dejándola sola y de cierta forma algo desarmada.
Sus párpados se cerraron al sentirlo a sus
pies en un intento de reprimir lo que sentía.
—Caminemos un poco, te hará bien.
La había tomada de la tela de su sweater para
conducirla fuera de la habitación y de la casa.
El aire frío le golpeó sus mejillas al salir,
subió por sus fosas nasales enfriando todo lo que había a su paso.
Tom la observaba con prudencia como si se
tratara de un juego de ajedrez, como sí necesitará planear con detenimiento la
siguiente jugada.
—¿Que?—Preguntó Helena aún enfadada.
Era como si la estuviese conociendo por
primera vez, como si el muro que había construido alrededor de ella al fin se
derrumbará.
El chico río de nuevo mientras tomaba el
camino bajando el acantilado.
—¿Porque estoy aquí?—Le escucho decir.
Helena no podía verlo, pero sentía que sus
palabras lo habían golpeado.
El chico detuvo su andar mientras acomodaba
algunos mechones de su cabello que se habían salido de su lugar.
—¿Venimos a caminar recuerdas?
Volvió solo para ver el gesto que había en su
rostro, gesto que no pudo interpretar.
Ni siquiera estaba segura porque lo había
hecho, sabía que no quería escuchar su respuesta, que no la entendería y que
quizás la llevaría al borde de la demencia al intentar analizarla.
Extendió su mano cubierta con su sudadera al
verla tambalearse al intentar bajar por las piedras.
Sus dedos fríos se extendieron hacia el
y luego volvieron a su lugar al escuchar a Bill gritar en la cima del
acantilado.
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