lunes, 18 de noviembre de 2013

Capítulo 48

                            
                 
—No hagas eso—Se quejó, al sentir sus dedos tocarla detrás de su cuello.

Lo observo reír con suficiencia como sí disfrutará ponerle las manos encima solo para verla retorcerse como pez fuera del agua.

La pasividad de su rostro había desaparecido, en el solo había molestia.

—Dame eso—Dijo Tom. Al quitar de sus manos la caja de comida China.

Helena retrocedió alejándose del chico evitando así cualquier contacto. 

—Descuida no lo haré... No sí no quieres— Le sonrió.

Su rostro tomo un color pálido enfermizo y por un momento pensó que derramaría los fideos a sus pies. 

—Respira—Le pidió con cierto dejo de culpa.

Helena tomo asiento en el borde de su cama mientras se abrazaba a sí misma e intentaba respirar. Bill se había ido dejándola sola y de cierta forma algo desarmada.

Sus párpados se cerraron al sentirlo a sus pies en un intento de reprimir lo que sentía.

—Caminemos un poco, te hará bien.

La había tomada de la tela de su sweater para conducirla fuera de la habitación y de la casa. 

El aire frío le golpeó sus mejillas al salir, subió por sus fosas nasales enfriando todo lo que había a su paso.

Tom la observaba con prudencia como si se tratara de un juego de ajedrez, como sí necesitará planear con detenimiento la siguiente jugada. 

—¿Que?—Preguntó Helena aún enfadada. 

Era como si la estuviese conociendo por primera vez, como si el muro que había construido alrededor de ella al fin se derrumbará.

El chico río de nuevo mientras tomaba el camino bajando el acantilado.

—¿Porque estoy aquí?—Le escucho decir. 

Helena no podía verlo, pero sentía que sus palabras lo habían golpeado. 

El chico detuvo su andar mientras acomodaba algunos mechones de su cabello que se habían salido de su lugar.

—¿Venimos a caminar recuerdas?

Volvió solo para ver el gesto que había en su rostro, gesto que no pudo interpretar.

Ni siquiera estaba segura porque lo había hecho, sabía que no quería escuchar su respuesta, que no la entendería y que quizás la llevaría al borde de la demencia al intentar analizarla.

Extendió su mano cubierta con su sudadera al verla tambalearse al intentar bajar por las piedras.

Sus dedos fríos se extendieron hacia  el y luego volvieron a su lugar al escuchar a Bill gritar en la cima del acantilado.

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